Hay
películas cuya importancia, necesidad incluso, reside tanto en lo que enseñan
como en lo que, a través de ellas, dejan ver. El matiz, por muy cursi que
suene, importa. Un buen ejemplo es la película deRamón Salazar '10.000 noches en ninguna parte'.
Decía Heidegger, filósofo alemán que no cineasta sueco, que cada obra de arte
en un primer momento de contemplación "abre un mundo". Y lo decía delante del
cuadro de Van Gogh de unos simples zapatos de labriego. La oscura boca de su
gastado interior nos pone delante la fatiga de los pasos del campesino, de sus
dudas, de la incerteza caprichosa de una mala cosecha, del hambre incluso. Y
así, unos simples objetos sucios desvelan, dejan ver, lo otro: el mundo.
Pues
bien, Ramón Salazar (sí, el mismo de 'Piedras'
y de '20 centímetros ')
juega a reinventarse en una cinta con el mismo aspecto y textura que una
caricia. Seguimos instalados en la cursilería, pero es lo que hay. La cámara
literalmente se pega a la piel de unos actores lanzados al vacío en un intento
tan desesperado como intenso de reconstruir, por orden, a) el sentido de la
propia historia que les guía; b) el significado de su trabajo, y c) el
propósito a fecha de hoy de eso llamado cine.
Suena a
tarea enorme, titánica y ampulosamente desproporcionada, pero,
ya lo hemos dicho, es lo que hay. A través del esfuerzo de este cineasta
intermitente, empeñado en recuperar la gracia del cine como el héroe fatal de
Mishima, se adivina la necesidad de dar sentido al oficio de cineasta con la
misma fuerza que se obliga al espectador a dudar; a dudar incluso de su mirada.
Y eso, nos pongamos como nos pongamos, es siempre necesario.
La pelicula 8 apellidos Vascos, la película española más vista de este año.
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